Para no olvidar quien soy, ni de donde vengo…

En un día en el que decidí quedarme en casa con mi familia (trabajé ayer domingo y como agente marítimo estoy siempre de guardia, 24 horas al día, 7 días a la semana. Hoy no tuve buque…), me encuentro descansando y festejando mis primeros 45 años en éste mundo. Las preguntas normales me vienen a la mente, tales como: en una vida normal y sin sobresaltos, ¿cuántos me quedan? Por supuesto, para una vida así me tengo que mudar a algún campo en el medio del Amazonas y olvidarme de la civilización. Hmmm, no sería mala idea… Pero no, a pesar de tantas preguntas y ansiedades personales, vale no perder la perspectiva de cosas que realmente tienen peso.

De esas cosas, una es muy importante y antes de que se termine el día, el último de julio, tengo que dar gracias a quien me trajo al mundo, tantos años atrás. Una de las primeras cosas que hice hoy fue llamar a mi vieja en Montevideo ya que, en lo particular, creo que los cumpleaños no le pertenecen a uno sino a quien tuvo que pujar por un montón de horas para pasar a un cabezón por una abertura que tendría que ser más cosmética que utilitaria. Parecería obvio e innecesario mencionarlo, pero la realidad es que sin tanto dolor ajeno no estaríamos aquí para contarla. Uno a veces pierde de vista ese ángulo y aunque el tiempo transcurre inexorablemente, día tras día, como agua entre los dedos, por lo menos una vez al año me acuerdo de dar gracias.

Gracias, Chiche.

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