Marinero, te doy mi adiós

Los marineros–seres fascinantes, exóticos y extraños–crean con su rara presencia un vacío que es obligatorio ser llenado con historias. Casi nunca aquí, siempre por allá y donde el “allá”, siempre misterioso y lejano, es sin lugar a dudas aquello a lo que, los que escuchamos atentamente, queremos ser transportados. Prestando oidos y con un espíritu curioso, escuchamos relatos de lugares, juergas y andanzas que, como regla general, son aventuras pícaras, cómicas y divertidas. Otras veces, ¿porqué no?, son cuentos de peleas donde invariablemente, si el es el protagonista, el vencedor es siempre el relator. Las leyes de causas y efectos parecen no tener una sucesión lógica en la vida del marinero. Las cosas pasan porque pasan y uno debe vivir la experiencia por sus ojos y sus relatos.
El marinero es una paradoja: personas sumamente sociables, ellos pueden vivir meses confinados en una prisión flotante de hojalata sin siquiera pensarlo y sin embargo se sienten encerrados cuando permanecen en tierra firme por poco tiempo. No ven al mar como el límite húmedo y peligroso que está más allá de la borda; para ellos la borda es la orilla, la cual, vista desde el mar, les separa de la tierra. La orilla es donde está el verdadero peligro, lo desconocido. La tierra firme peligra la libertad del marinero. ¿Quién de ellos se puede resistir, una vez experimentado, a no añorar secretamente al beso sensual de Iemanjá, ese sabor salado del salpicar del mar?
Yo me crié con esas historias; sin buscarlas, ellas me han perseguido desde siempre. Mi padre fue marinero. Trabajo con marineros. Vivo del mar sin navegarlo. Hoy en día, un marinero en particular es el que me ocupa el corazón. No porque está aquí para seguir contándonos sus historias sino porque se nos fue a navegar sin pasaje de vuelta. Nuestro Nando–tio Nando, Fernando, Freddy–se ha ido para seguir contando sus historias en otra parte, otros puertos; allí donde, los que nos quedamos en esta playa, no lo podemos escuchar. No importa, los cuentos serán casi siempre los mismos y esos son aquellos que, si en verdad prestamos atención, recordaremos y nos haran sonreir.
Un buen día Nando decidió probar suerte en tierra; cambiar su libertad por el amor de una mujer; volver a ser padre. Lo fue antes y regó su semilla pero su mar-amante, implacable, le reclamó y a ella volvió. Sin embargo, esta vez resistió sus demandas y se quedó. Es allí donde un día le vinieron a buscar para no volver. Iemanjá, amante eterna y tolerante, le dejó ir sabiendo que cuando lo deseara podría pedirle nuevamente. Ese día pasó este domingo.
Nando pasó su vida en tierra firme dedicado al amor de la mujer que con ternura y firmeza le pudo brindar un desahogo, un descanzo a sus aventuras. Con ella levantaron un techo y pudieron criar a un varón que, también por amor, adoptó su nombre y que recordará, no solo con orgullo al marinero de otrora, pero también con gran amor al padre que en vida supo ser.
Las aventuras de Nando no terminan; solo empiezan. No me quiero entristecer porque se fue. Prefiero dar gracias por el tiempo que nos estuvo prestado: el tiempo que el nos prestó. Las partidas son difíciles pero recordaré sus aventuras sabiendo que en la otra orilla seguirá en las suyas; que en realidad habrá vuelto a casa. Que aquello que llamamos Dios le dará vida enterna y que, en ese mar de la eternidad, dándole una pícara bienvenida, Iemanjá le cobijará en su amoroso seno.
Me despido pues, Nando. Te deseo buena suerte y eternas aventuras. Saco mi pañuelo blanco para que desde la borda me puedas reconocer. Hasta pronto. Marinero, te doy mi adiós.

One thought on “Marinero, te doy mi adiós

  1. esto me hiso llorar.. esta tan linda que estoy segura que ustedes tienen un corazon muy grande a pesar de no conocer a eva personalmente se que son una familia tan linda y unida por el amor…Felicidades por esa inspiracion esta bellisima y mas porque sale del corazon…

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